viernes, 23 de enero de 2015

MENTES RETORCIDAS

Eran las 6:30 de la mañana y como muchos lunes a esa hora, cruzaba el oscuro y gélido andén de la estación de Atocha para coger el tren y volver a Valencia. Somnolienta, entré en el vagón del silencio en el que viajo desde que RENFE habilitó esa opción dándonos una alegría a los pasajeros que huimos de las conversaciones ajenas. En ese vagón, las luces son mucho más tenues por lo que es más fácil echarse una cabezadita. Coloqué mi maleta y traté de buscar mi asiento con la esperanza de no tener compañero de viaje para repantigarme a gusto, pero enseguida mi mirada se desvió a la pantalla del ordenador que uno de los pasajeros tenía sobre su mesa. Concretamente a su fondo de escritorio. Les ahorraré la descripción detallada, pero era una imagen bastante explícita de una señorita en compañía de  dos caballeros de distinta raza en una actitud, digamos, algo más que cariñosa.

Impresionada por la imagen del trío y la falta de pudor del dueño del ordenador, me acerqué hasta mi asiento preguntándome cómo sería aquel tipo al que no le importaba que todo el vagón contemplara sus gustos más oscuros. No me costó mucho averiguarlo ya que era mi compañero de asiento. En lugar del pervertido baboso con cadena de oro y camisa abierta que me imaginaba, era un señor de mediana edad con una de esas caras anodinas que podría pasar por un padre de familia ejemplar o un aburrido funcionario de Cuenca. No tengo nada en contra del porno, que quede claro, pero no pude cerrar los ojos ni un minuto imaginándome todo tipo de teorías bizarras, entre ellas que el señor, un productor de éxito de cine para adultos, al ver mi avanzado estado de gestación me hacía una oferta para trabajar en una de sus pelis. Sí, mi mente retorcida probablemente ganó a la suya por goleada. 
Publicado en Las Provincias el 23/01/2015

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