viernes, 12 de diciembre de 2014

HIGIENE LITERARIA



Coincidiendo con el cambio de estación, se apodera de mí el espíritu del orden y me empleo a fondo durante varias tardes en arreglar cajones, tirar potingues caducados y hacer hueco en los armarios con el fin de seguir acumulando trastos que volveré a desechar al año siguiente. Alguna vez también ordeno la música y las fotos del ordenador, pero nunca hasta ahora había hecho limpieza de libros. Si te gusta leer y además permaneces fiel a la tinta y al papel sin rendirte a las ventajas del libro electrónico, es fácil sufrir graves problemas de almacenamiento literario. Elegir esos libros que permanecen vírgenes en la estantería y tirarlos a la basura no es una opción. Abandonar un libro en el contenedor, por malo que este sea, me parece un sacrilegio o un asesinato.

El problema de los que leemos asiduamente es que dos o tres veces al año, algún amigo, con buena intención, te regala un libro que le encantó y que no te interesa en absoluto o te pide que leas la novelita que ha escrito su cuñada o su abuelo para que les des tu opinión. En esos casos, hay que dar largas con sutileza hasta que se olvida el asunto. Pero el libro objeto del presente permanece en tu casa ocupando un espacio precioso. En esta primera depuración, he retirado varios premios de una editorial patria que hace ya bastante que dejaron de fallarse en base a la calidad, algunos libros heredados de mi abuela con aroma a polillas y algún otro que clasifico en la sección de bodrios. De entre todos ellos, he decidido guardar uno por lo extravagante de su temática, “Hurones sanos y felices”. No sé cómo ha acabado en mi biblioteca porque nunca he tenido un hurón ni pienso tenerlo, pero me fascina que este allí entre Ellroy y Auster. Con semejante título, no podía sucumbir a la higiene literaria. 
Publicado en Las Provincias el 12/12/14

No hay comentarios:

Publicar un comentario