viernes, 5 de septiembre de 2014

SIN FILTROS


Las vacaciones son un paréntesis de dulce anestesia vital donde el tiempo transcurre a una velocidad distinta. Los días se estiran, acompañados por la luz del solsticio de verano mientras que las noches salpicadas por el vino y el salitre se hacen breves y amenazan con no ser suficiente para vengarse del áspero invierno. Los colores también se transforman durante el periodo vacacional, el azul se convierte en marino o turquesa, el verde en pistacho o esmeralda, el negro se torna en blanco y el rosa se vuelve coral. Los niños ensanchan su felicidad mediante ese salvajismo que solo permite el verano y los adultos aletargan sus preocupaciones durante unas semanas. Lo malo parece menos malo en los días de fiesta. Las últimas jornadas de agosto anuncian que en septiembre todo vuelve a empezar. Con la apertura del curso, los que ya abandonamos las aulas nos hacemos propósitos que no cumpliremos, pero que nos brindan energía extra para lo que viene.

Entonces, cuando aún no has alcanzado la primera quincena, te das cuenta de que no es verdad, de que el desasosiego que se quedó adormecido hace menos de un mes, sigue ahí y no ha cogido vacaciones. Tu cuñada sigue sin encontrar trabajo, el cáncer de tu amigo continúa avanzando implacable y la ausencia que dejó tu padre no remite. Los colores también olvidan su alegría y pierden intensidad derivando en ocres, granates y sobre todo grises y marrones. Marrones de todo tipo y condición. El negro vuelve a recuperar su cetro y la realidad se instala de nuevo como si el verano nunca hubiera existido. Las fotos de viajes que colgamos en Facebook e Instagram se van desdibujando hasta adquirir un aspecto naif que nos grita que por muchos filtros que queramos ponerle, la vida no acepta maquillajes ni tamices.  
Publicado en Las Provincias el 05/09/2014

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