viernes, 13 de junio de 2014

PREFIERO SER UN INDIO

Los grupos e intérpretes con los que uno alimenta sus gustos musicales durante la adolescencia terminan siendo parte importante de ese ADN cultural formado por obras que se clavan a fuego en esa época de despertares. Aunque años más tarde reniegues de aquel estilo musical, esas canciones son la banda sonora que acompañan la excitación de los primeros besos o el recuerdo de noches etílicas. Nunca se olvidan. El grupo que escuchábamos una y otra vez en la soledad del cuarto o con la pandilla en los botellones fue en mi caso, y en el de muchos de mi generación, Extremoduro. Una banda de rock español con cierto sabor macarra y callejero cuyas letras acerca del amor, la vida y el fracaso escritas con lirismo y aspereza fueron perfilando nuestra manera de entender el mundo.


Veinte años más tarde, la banda extremeña no ha perdido ni un gramo de autenticidad y su música sigue desatando las mismas pasiones que entonces. El pasado viernes me embargó una emoción propia de la pubertad que me duró todo el día y parte de la noche ante el concierto que dieron en Valencia. Quince mil personas atravesamos ese puente reservado a los bólidos de la Fórmula 1, símbolo vergonzoso del dispendio de entonces, para dirigirnos al recinto custodiado por un monumental escenario formado por contenedores portuarios que como un templo pagano cortaba la silueta de la noche. Gritamos, saltamos, vibramos y cantamos canciones que creímos olvidadas, con el aroma agrio de la cerveza y el asfalto y como el himno de un bando derrotado,  renovamos nuestros votos confirmando que veinte años después, preferimos seguir siendo indios a importantes abogados. El 25 veré a los Rolling Stones en el Bernabeu y dudo mucho que la piel se me erice como lo hizo el pasado viernes con Extremoduro. 
Publicado en Las Provincias el 13/06/2014

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