El
verano acecha implacable y con él las prisas para condensar en mes y medio todo
lo que no hemos hecho en este último año. Observo una tendencia que se repite y
divide a las mujeres en dos maneras de afrontar esta temporada. Las que, como
yo, seguimos postergando la llamada de la maternidad, intentamos estos días
ponernos a punto para enfundarnos el temido biquini. Adiós cervezas, hasta
luego comida grasienta y hola zapatillas de deporte. Nos lo proponemos cada
lunes, concienciadas al máximo hasta que el miércoles por la noche sucumbimos a
cualquier plan que suponga la ingesta de todas las cañas que nos hemos negado
en los últimos tres días. Se acabó el deporte hasta el siguiente lunes.
Comenzamos así un bucle infinito que termina el 1 de julio cuando ya tenemos
vía libre para comer, beber y holgazanear sin remordimientos.
Por su parte, mis
amigas madres aprovechan este mes para emprender una tarea aparentemente
titánica, quitarle el pañal a sus bebés. De cara al verano, conviene que los
retoños hayan aprendido a controlar sus esfínteres por aquello del escarnio
público en la piscina comunitaria y porque en septiembre, cuando empiece el
colegio, así lo exigen. Quedar
con ellas este mes es arriesgarte a que te enseñen un vídeo en el móvil de la
primera caca de Rosita en el orinal o asistir al espectáculo de Paquito que
solo quiere hacerlo al aire libre, aunque estemos en el club de tenis más pijo
de Valencia. Alguna amiga simplemente se niega a salir de casa para evitar la
vergüenza de recoger regalitos allá donde vaya. Entre ambos desafíos, está
claro cuál de ellos presenta mayor complejidad. Tarde o temprano, los niños
aprenden a ir al baño mientras nosotras, cada año, repetimos la misma
cantinela: el lunes me pongo a dieta y me apunto al gimnasio.
Publicado en Las Provincias el 16/5/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario