Tras
años de convulsas relaciones sentimentales y rupturas abruptas con hombres cuyo
equilibrio emocional no era demasiado estable, mi amiga Blanca me
anunciaba hace unos meses que por fin había conocido a “un tío normal”.
Sin taras de ninguna clase, exento de tormentos que lo mortificasen,
libre de vicios, manías y aficiones absorbentes, con un carácter apacible y un
trabajo estable y aburrido. Un chollo, según ella. Un tostón, pienso yo.
Un novio pantufla, como se le conoce vulgarmente. Un hombre confortable
para estar por casa, agradable al tacto y a la vista pero con escasas
aspiraciones a convertirse en algo más que un refugio que aporta serenidad y
relax doméstico a la relación. No es la primera de mis amigas a la que le
escucho que quiere estar con un tío normal y corriente. De hecho, la mayoría de
mujeres solemos manifestar ese deseo después de un desengaño amoroso.
Puede
que durante un tiempo descartemos a cualquier individuo que presente
alguna arista y nos centremos en aquellos que nos ofrecen noches de
tranquilidad y letargo, un camino plácido y una existencia sin baches ni
vaivenes. Sin embargo, esa anhelada comodidad se vuelve pronto demasiado
soporífera. Volvemos entonces a buscar hombres cuya imperfección nos estimule,
nos dejamos embaucar por las subidas y bajadas de la montaña rusa y acabamos
enganchadas a esa cuerda floja que sostiene a los tipos anómalos de los que
tanto huimos. Es el novio zapato de tacón. Es incómodo en ocasiones
e incluso puede hacerte heridas, pero con él, además de sentirte mejor,
irradias seguridad y energía. A veces son inestables y pueden hacernos perder
el equilibrio, pero su elegancia y gracia nos compensa. Por eso, frente a la
babucha, casi todas terminamos eligiendo el tacón de aguja.
Publicado en Las Provincias el 9/5/2014
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