viernes, 9 de mayo de 2014

TACONES DE AGUJA

Tras años de convulsas relaciones sentimentales y rupturas abruptas con hombres cuyo equilibrio emocional no era demasiado estable,  mi amiga Blanca me anunciaba hace unos meses que por fin había conocido a “un tío normal”.  Sin taras de ninguna clase, exento de tormentos que lo mortificasen, libre de vicios, manías y aficiones absorbentes, con un carácter apacible y un trabajo estable y aburrido. Un chollo, según ella. Un tostón, pienso yo.  Un novio pantufla, como se le conoce vulgarmente. Un hombre confortable para estar por casa, agradable al tacto y a la vista pero con escasas aspiraciones a convertirse en algo más que un refugio que aporta serenidad y relax doméstico a la relación.  No es la primera de mis amigas a la que le escucho que quiere estar con un tío normal y corriente. De hecho, la mayoría de mujeres solemos manifestar ese deseo después de un desengaño amoroso.


Puede que durante un tiempo  descartemos a cualquier individuo que presente alguna arista y nos centremos en aquellos que nos ofrecen noches de tranquilidad y letargo, un camino plácido y una existencia sin baches ni vaivenes. Sin embargo, esa anhelada comodidad se vuelve pronto demasiado soporífera. Volvemos entonces a buscar hombres cuya imperfección nos estimule, nos dejamos embaucar por las subidas y bajadas de la montaña rusa y acabamos enganchadas a esa cuerda floja que sostiene a los tipos anómalos de los que tanto huimos.  Es el novio zapato de tacón.  Es incómodo en ocasiones e incluso puede hacerte heridas, pero con él, además de sentirte mejor, irradias seguridad y energía. A veces son inestables y pueden hacernos perder el equilibrio, pero su elegancia y gracia nos compensa. Por eso, frente a la babucha, casi todas terminamos eligiendo el tacón de aguja. 
Publicado en Las Provincias el 9/5/2014

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