viernes, 14 de febrero de 2014

LA SONATINA DE RUBÉN

La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa”. Hace ya tiempo que no puedo recitar de memoria la Sonatina de Rubén Darío, pero durante mi infancia, los versos del poeta alimentaron mi incipiente imaginación gracias al tesón de mi abuela Lola, una mujer apasionada por la literatura y la poesía. En esas tardes en las que leíamos la historia de la lánguida princesita, yo me preguntaba el porqué de esa melancolía que la arrastraba hacia las profundidades a pesar de vivir en un palacio al lado de bufones y cisnes y ruecas de plata. Entonces no entendía que la ausencia de un caballero, por mucho que cabalgase a lomos de un caballo alado, constituía la razón de su apatía.  



Las princesas se convierten en modelo y referencia durante los albores de la niñez femenina. Nos deslumbraba su belleza, sufríamos por sus desvelos y soñábamos que éramos como ellas. Años más tarde nos daríamos cuenta de la cruda realidad, las princesas son ingenuas, presumidas y bastante idiotas por esperar que un apuesto joven las rescate del abismo. Aun así, nunca pensamos que esa ingenuidad llegara tan lejos como para firmar documentos cuyo contenido desconocían ni para mostrar una confianza ciega hacia los turbios asuntos del amado consorte. Ahora que el cuento de las princesas se desvanece, ¿a qué arquetipos se encomendarán las niñas del presente? ¿Hacia dónde se dirigirán sus delirios? Con la caída del mito, el imaginario colectivo infantil se tambalea y quizás sea para bien. Ojalá, a partir de ahora, en el ideal de mujer con que fantasean las niñas primen otras cualidades. Con un poco de suerte, la honradez, el esfuerzo y la integridad desterrarán para siempre a la dulzura y candidez de las heroínas soñadas de antaño.    


Publicado en Las Provincias el 14/02/2014

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