Quien me conoce sabe que
en líneas generales suelo huir de saraos, paripés y cócteles afterwork en los
que los invitados acuden principalmente a dejarse ver, a relacionarse (ahora lo llaman
networking), a cotillear entre sí y sobre todo a pillar los máximos canapés posibles a costa
del organizador. Como ni me prodigo en este tipo de eventos ni voy haciendo gala
de ser ninguna influencer, tras tres
años y medio escribiendo en este blog, con lo máximo que había intentado
seducirme una marca para que hablase de ellos fue con una gran caja llena de snacks
tales como papas, pipas, papadeltas y gublins, adulteradas, eso sí, con los más
exóticos sabores.
Por tanto, me sorprendió que hace
unas semanas contactaran conmigo para invitarme a una fiesta que tendría lugar
en Valencia días más tarde. En el mail que recibí, los detalles de la velada
tenían muy buena pinta: una fiesta clandestina en la que era necesario una
contraseña para acceder, ambientación de los felices años 20, música en directo,
cócteles y disfraces. La excusa,
celebraban la derogación de la ley seca. Sobre el papel la cosa prometía. Pero había un pequeño problema, la fiesta la
organizaba Cutty Sark, o sea whisky, bebida que siempre he aborrecido. Hasta
aquella noche.
A tan solo unas horas de que la fiesta
comenzara, mi amiga y yo estuvimos dudando si ir o quedarnos en casa con la
mantita. Ya saben, ese maldito pecado capital llamado pereza. Finalmente, la sacudimos de un manotazo y nos
dirigimos hacia allí.
En la entrada unas simpáticas
azafatas nos ataviaron con todo lo necesario para no desentonar en ese viaje en
el tiempo, un collar y una cinta en el pelo para nosotras y bombín y tirantes
para ellos. Tras las fotos de rigor nos adentramos en el local donde una banda
tocaba en directo y algunas parejas bailaban swing al ritmo de la música.
Nos dirigimos a la barra donde los
barman preparaban distintos cócteles. Y aquí llego la primera sorpresa de la
noche. A pesar de no ser fan del whisky, ¡Qué ricos estaban! Tanto es así, que
repetimos cuatro veces. Por si fuera poco, también tomamos un chupito de un
whisky añejo delicioso. ¡Bendito whisky!
La banda de jazz dejó paso a un dj que puso la banda sonora a las sensuales bailarinas
de burlesque que caldearon el ambiente. El resto de la velada no decayó. Buen rollo, gente maja con ganas de
divertirse y una puesta en escena en la que todo era perfecto. Solo faltaba que
asomara Al Capone y los suyos por algún rincón. Será difícil igualar una fiesta
así.
Y lo mejor, al día siguiente, ni
pizca de resaca para ir a trabajar y una nueva bebida que añadir a mi lista de placeres nocturnos. La
próxima vez que brinde con un chupito, les aseguro que será de Cutty.
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