martes, 25 de febrero de 2014

FIESTA CLANDESTINA EN EL NUEVA YORK DE LOS AÑOS 2O


Quien me conoce sabe que en líneas generales suelo huir de saraos, paripés y cócteles afterwork en los que los invitados acuden principalmente a dejarse ver,  a relacionarse (ahora lo llaman networking), a cotillear entre sí y sobre todo a pillar los máximos canapés posibles a costa del organizador. Como ni me prodigo en este tipo de eventos ni voy haciendo gala de ser ninguna influencer, tras tres años y medio escribiendo en este blog, con lo máximo que había intentado seducirme una marca para que hablase de ellos fue con una gran caja llena de snacks tales como papas, pipas, papadeltas y gublins, adulteradas, eso sí, con los más exóticos sabores.

Por tanto, me sorprendió que hace unas semanas contactaran conmigo para invitarme a una fiesta que tendría lugar en Valencia días más tarde. En el mail que recibí, los detalles de la velada tenían muy buena pinta: una fiesta clandestina en la que era necesario una contraseña para acceder, ambientación de los felices años 20, música en directo, cócteles y disfraces.  La excusa, celebraban la derogación de la ley seca. Sobre el papel la cosa prometía.  Pero había un pequeño problema, la fiesta la organizaba Cutty Sark, o sea whisky, bebida que siempre he aborrecido. Hasta aquella noche.

A tan solo unas horas de que la fiesta comenzara, mi amiga y yo estuvimos dudando si ir o quedarnos en casa con la mantita. Ya saben, ese maldito pecado capital llamado pereza.  Finalmente, la sacudimos de un manotazo y nos dirigimos hacia allí.

 Un local con un letrero que rezaba Funeraria McCoy nos dio la bienvenida. Al entrar, Sam, un negrazo de 1,90 tomaba medidas de un féretro junto a una gran corona de flores. Pusimos nuestro mejor acento tejano para hacernos entender y después de que nos explicara que su tío había fallecido, pronunciamos la contraseña que nos permitiría entrar en el Nueva York de los años 20.

En la entrada unas simpáticas azafatas nos ataviaron con todo lo necesario para no desentonar en ese viaje en el tiempo, un collar y una cinta en el pelo para nosotras y bombín y tirantes para ellos. Tras las fotos de rigor nos adentramos en el local donde una banda tocaba en directo y algunas parejas bailaban swing al ritmo de la música.   


Nos dirigimos a la barra donde los barman preparaban distintos cócteles. Y aquí llego la primera sorpresa de la noche. A pesar de no ser fan del whisky, ¡Qué ricos estaban! Tanto es así, que repetimos cuatro veces. Por si fuera poco, también tomamos un chupito de un whisky añejo delicioso.  ¡Bendito whisky! La banda de jazz dejó paso a un dj que puso la banda sonora a las sensuales bailarinas de burlesque que caldearon el ambiente. El resto de la velada no decayó.  Buen rollo, gente maja con ganas de divertirse y una puesta en escena en la que todo era perfecto. Solo faltaba que asomara Al Capone y los suyos por algún rincón. Será difícil igualar una fiesta así.






Y lo mejor, al día siguiente, ni pizca de resaca para ir a trabajar y una nueva bebida que añadir a mi lista de placeres nocturnos.  La próxima vez que brinde con un chupito, les aseguro que será de Cutty. 

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