Durante las vacaciones
necesitamos que todo a nuestro alrededor sea sencillo, ligero, fresco, exento
de toda la carga de intensidad que soportamos el resto del año. De ahí que para
disfrutar de nuestro periodo estival elijamos un libro facilón que no nos haga
pensar demasiado, un atuendo básico compuesto por bañador, camiseta y chanclas
que constituirán el uniforme de las próximas semanas o dedicarnos a ciertas
actividades de naturaleza apasionante como jugar a las palas, a la petanca o al
chamelo. También las afiladas garras de lo liviano llegan durante estos meses
hasta la música. La pachanga, ese estilo musical tan nuestro, devora cualquier
otro género que intente imponerse en cualquier espacio público o privado con
carácter lúdico.
Fue en una de esas fiestas en las
que fui consciente hace unos días cómo dentro de este género musical también
existen categorías que la clasifican entre pachanga aceptable (Rafaella Carrá),
pachanga hortera (El tractor amarillo) y el reggaeton. Cuando sonó la sexta
canción seguida cuyo estribillo rezaba letras tan profundas como “Dame más
gasolina”, “La mano arriba, cintura sola, da media vuelta, danza kuduro”, o “Mamita
loca, cosita linda…” y mientras intentaba
imitar los ridículos movimientos que llevan aparejados este tipo de canciones,
me di cuenta de que por mucho que me pese, el reggaeton ha llegado para
quedarse. Eso es así. Todos los jovenzuelos de la fiesta lo bailaban con fervor
mientras yo me preguntaba qué le encuentran a este tipo de música con
reminiscencias tropicales y lenguaje de mara salvadoreña que nos pilla tan
lejos de nuestros castizos sones. Tras el empacho de perreo de este verano, puedo afirmar sin ninguna duda que ningún Pitbull podrá desbancar nunca a los peores temas del Fary.
Publicado en Las Provincias el 19/08/2013
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