La
ropa que llevamos nos define. Evoluciona al mismo tiempo que lo hacen nuestra
madurez, gustos y circunstancias. De entre todas las prendas, la camiseta es
junto al vaquero quizás la pieza indispensable de cualquier vestuario. A lo largo
de mi vida me he encontrado con muchas camisetas que hablaban más de las
personas que las llevaban que sus propias palabras. Cuando cambié de colegio,
me sorprendió ver a muchas de mis compañeras vestidas con idéntico uniforme:
pantalón elástico y camiseta con dibujos de Tintín de tallas bastante
inferiores a la adecuada. Como siempre me han dado un poco de grima las modas
tan evidentes, en lugar de estampar al reportero en mi torso, decidí leerme sus
aventuras. En esa época, algunos amigos ya llevaban camisetas de apariencia
siniestra con los nombres de sus grupos de música predilectos. Quince años más
tarde se han vuelto a poner de moda, pero en lugar de seguidores del Heavy
metal, se las ponen blogueras influyentes y niñas pijas a juego con sus zapatos
de tacón sin tener ni idea de quién fue Joey Ramone.
Hay
una camiseta para cada persona. Para los amantes del deporte, la omnipresente
Roja que hizo soñar en Sudáfrica o la de la estrella del básquet, para los
políticamente concienciados, esas con eslóganes comprometidos como el “No a la
guerra”. Para el hippy trasnochado, camisetas descoloridas rescatadas tiempo
después por los gurús de la moda. Las camisetas ensalzando películas de culto,
de ciencia ficción o animación son lo último entre los fans de lo singular. Yo,
tras anhelarla durante tres temporadas, acabo de recibir mi camiseta de ‘Los
Pollos Hermanos’, uno de los emblemas de la magnífica serie Breaking Bad y la
luciré con orgullo para ver el desenlace. ¿Regresión? Simplemente una pizca del frikismo que todos
llevamos dentro.
Publicado en Las Provincias el 23/08/2013
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