viernes, 12 de julio de 2013

NOCHES DE INCENDIO

Cuando mi buena amiga Clara se mudó por amor a una pequeña localidad de Cuenca, nunca imaginó que el vecino que vivía en el bungaló de al lado sería tan determinante a la hora de mejorar la calidad de su vida en pareja. Ya me había hablado de él en alguna ocasión. Un tío moreno de metro ochenta, que combinaba su apreciable atractivo con una simpatía que solo hacía acrecentar más si cabe su encanto y que como guinda tenía una de las profesiones más estimulantes para las mujeres. Era bombero. Durante años, siempre que mi amiga se lo cruzaba, él iba acompañado de su mujer, una rubia despampanante que compartía su afición por el corpore sano y cuyo culo prieto daba buena cuenta de sus horas de gimnasio.



Hace unos meses, Clara me confesaba que después de seis años de convivencia y con un bebé de un año a cuestas, su vida sexual dejaba mucho que desear y se reducía a monótonos y escasos encuentros. Sin embargo, no hace mucho un acontecimiento imprevisto cambió el rumbo de su vida conyugal. Se enteró de que el matrimonio entre su vecino y la rubia había naufragado. A los pocos días, lo constató al ver entrar en casa del bombero a una esbelta morena, a la que siguió en las siguientes semanas, un desfile de mujeres que al parecer le mantenían entretenido mientras superaba el duelo. Por lo visto, tanto el hombre como sus compañeras de lecho no tenían ningún reparo en dar rienda suelta a sus pasiones y a través de la pared del dormitorio de Clara, se escuchaba el show del ardiente vecino en estéreo y dolby surround. Ya sea por imitación, por acallar los sonidos de la fogosidad vecinal o porque la imaginación de mi amiga la traslada hasta el dormitorio de al lado, lo cierto es que ella y su marido han vuelto a recuperar las noches de incendio de antaño.

Publicado en Las Provincias el 12/07/13

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