domingo, 28 de julio de 2013

EL TATUAJE

Te das cuenta de que tu etapa de maduración ha alcanzado nivel maruja tirando a carcamal cuando te sorprendes dando un consejo que tú nunca hubieses aceptado. Mi prima de dieciséis años, metamorfosis de esa dulce niña a la que llevé de la mano por Terra Mítica, con la que vi algunas de las mejores películas de dibujos animados y a la que acompañé al circo varias navidades, me decía el año pasado en la playa que quería hacerse un tatuaje. Como una aún recuerda con claridad la efervescencia de la más tierna juventud, en lugar de intentar disuadirla, preferí hacerle ver que cuanto más tarde se tatuase, mayor sería la seguridad que tendría al  elegir el dibujo y el lugar de su cuerpo y por tanto, menor el arrepentimiento futuro.  “La forma de pensar que tienes a los 15 es muy diferente a la de los 30, recuerdo que le dije. Afortunadamente, pensé para mí.
Segura de que mi advertencia no tendría ninguna validez, el otro día me enteré a través de una foto en Facebook que mi prima ha cumplido su sueño y se ha hecho el tatuaje. Más grande de lo que probablemente a sus padres les parecería aceptable y en un lugar más visible de lo que se puede considerar socialmente correcto. Aun así, ha sido lista y ha elegido un hueco donde podrá esconderlo siempre que quiera. Porque aunque ella crea que nunca lo querrá ocultar, siempre llega un momento en que las cicatrices rebeldes de la adolescencia molestan. Pero hasta entonces, le animo (sin decírselo) a seguir haciendo el tonto y a equivocarse mil veces. Está comprobado que el que no hace locuras en su juventud, luego las intenta hacer en su madurez. Y eso sí que es patético. Además, con qué autoridad le voy a decir a la chiquilla yo nada. También era menor de edad cuando pasé por el estudio de tatuajes.

Publicado en Las Provincias el 19/07/2013

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