El
poder de las redes sociales es infinito. Lo había escuchado cientos de veces.
Conocidos son casos como el de una gran marca de chocolate que tuvo que romper
lazos con un proveedor al denunciar Greenpeace que en la elaboración de uno de
sus productos se utilizaba un tipo de aceite que estaba acabando con la
población local de orangutanes en Indonesia. Otra empresa de bollería
tuvo que retirar todos los packs de uno de sus productos después de que un
diseñador valenciano comenzara una cadena de tweets criticando la campaña de
publicidad que rezaba el desafortunado eslogan de “A pedir al metro”. Hasta la
sopa de letras ha sido víctima de esta nueva forma de comunicación. Un cliente
se dio cuenta de que en la sopa de letras de una conocida marca faltaban la U,
la V y la Ñ. Escribió un post en su blog que fue leído por miles de personas.
La empresa emitió un comunicado para informar de que ya estaban trabajando en
la elaboración de las omisas letras.
Todos
estos casos eran para mí teoría hasta la semana pasada. Fui a reservar
una noche de hotel con una de esas cajas regalo. Al hablar con el hotel, me
informaron de que el producto había caducado. Solo hacía siete meses que la
tenía y la fecha de caducidad no aparecía por ningún sitio del envase. Les llamé
y me dijeron que la fecha se encontraba en el precinto, que lógicamente tiras
en cuanto abres el regalo. Mi cabreo aumentaba y les escribí a través de
Facebook y Twitter para denunciar lo que a mi juicio era un detalle grave.
De forma espontánea, amigos, conocidos y desconocidos comenzaron a
comentar a mi favor y en contra de la marca. Después de un tira y afloja que
duró 24 horas, la empresa me comunicó que me mandaba una nueva caja a casa. El
consumidor gana, la empresa rectifica. Viva el poder de la redes.
Publicado en Las Provincias el 15/02/2013
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