viernes, 14 de diciembre de 2012

CONCIERTOS Y DESCONCIERTOS


El espíritu golfo se tiene o no se tiene. Ese impulso que te escupe de la calidez del hogar al caer la noche y te lanza hacia el asfalto a vagabundear como gato callejero no admite medias tintas. Si no eres un noctámbulo convencido, puede que desparrames más de la cuenta en una época de tu vida en la que una situación económica boyante o un dilatado periodo de soltería te lo permiten, pero cuando te bajen el sueldo o te vuelvan a echar el lazo, tus salidas de nuevo se reducirán a casa de los suegros y al cine una vez al mes. Los que aún conservamos el alma noctívaga, hemos tenido que afrontar que una vez traspasada la frontera de los treinta, es casi imposible encontrar un garito con música decente en el que no te rodee una horda de adolescentes borrachos manoseándose o a punto de vomitar.
Por eso, llegada cierta edad, la mejor excusa para salir de casa sin perder la dignidad es sin duda ir a un concierto. Las discotecas nunca fueron santo de mi devoción y los locales de moda para maduritos me dan nauseas, así que salir a ver un concierto es el refugio perfecto, la tabla salvavidas a la que agarrarse cuando el gusanillo parrandero aprieta. Los conciertos son para los treintañeros lo que las fiestas de los jueves para los universitarios. En un concierto no hay nadie demasiado joven ni demasiado mayor. La música en directo une y hace que por unas horas, todo el mundo cante en perfecta comunión y se contonee ante los mismos acordes. Lo bueno además, es que una vez acabada la actuación, si te vas pronto a casa no tienes sentimiento de perdedor, pero si vuelves a horas intempestivas tampoco hay pizca de remordimiento. Todo sea por el arte y la cultura. 



Publicado en Las Provincias en 14/12/2012

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