Que
una buena amiga te regale el ramo el día de su boda siempre es motivo de
alegría. A la antigua tradición de lanzarlo hacia el enjambre de ávidas
solteras, en los últimos años se ha popularizado el más elegante gesto de entregar
el ramo en mano a una persona especial. Sin embargo, es muy diferente el
talante de la mujer que recibe el bouquet según sea su estado sentimental. Si
la receptora va acompañada por el novio de toda la vida, portará el ramo
triunfante, con ese orgullo y superioridad de la que se sabe la próxima en
vestirse de blanco. En ese caso, su pareja será objeto de burla durante el
resto de la velada. Eso es así.
Si
por el contrario, la amiga hace poco que sale con alguien y dependiendo de las
ganas que tenga de enganchar al desprevenido, ésta puede adoptar dos actitudes.
Recibirá el ramo tímida y mirando de reojo a su reciente compañero mientras
piensa “Tierra, trágame, se va a creer que estoy desesperada” o lo acogerá
entre sollozos y una exaltación desmesurada, lo que provocará automáticamente
la huida del novio en cuanto termine el convite. Por último, existe otro
supuesto, el de la soltera pura. En este caso, y a pesar de lo aparentemente
lacrimógeno del instante, las flores se convierten en símbolo de condescendencia
que alimenta el murmullo del resto de víboras que anhelan el botín. He pasado
por estas dos situaciones en los últimos años y aunque agradezco el cariñoso
gesto de mis amigas por acordarse de mí en esos momentos, abogo por volver a
ese divertido espectáculo de empujones, codazos y saltos olímpicos con tacón de
aguja por hacerse dueña de ese falso pasaporte hacia el altar.
Publicado en Las Provincias el 13/07/2012
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