jueves, 19 de julio de 2012

PASAPORTE HACIA EL ALTAR




Que una buena amiga te regale el ramo el día de su boda siempre es motivo de alegría. A la antigua tradición de lanzarlo hacia el enjambre de ávidas solteras, en los últimos años se ha popularizado el más elegante gesto de entregar el ramo en mano a una persona especial. Sin embargo, es muy diferente el talante de la mujer que recibe el bouquet según sea su estado sentimental. Si la receptora va acompañada por el novio de toda la vida,  portará el ramo triunfante, con ese orgullo y superioridad de la que se sabe la próxima en vestirse de blanco. En ese caso, su pareja será objeto de burla durante el resto de la velada. Eso es así.
Si por el contrario, la amiga hace poco que sale con alguien y dependiendo de las ganas que tenga de enganchar al desprevenido, ésta puede adoptar dos actitudes. Recibirá el ramo tímida y mirando de reojo a su reciente compañero mientras piensa “Tierra, trágame, se va a creer que estoy desesperada” o lo acogerá entre sollozos y una exaltación desmesurada, lo que provocará automáticamente la huida del novio en cuanto termine el convite. Por último, existe otro supuesto, el de la soltera pura. En este caso, y a pesar de lo aparentemente lacrimógeno del instante, las flores se convierten en símbolo de condescendencia que alimenta el murmullo del resto de víboras que anhelan el botín. He pasado por estas dos situaciones en los últimos años y aunque agradezco el cariñoso gesto de mis amigas por acordarse de mí en esos momentos, abogo por volver a ese divertido espectáculo de empujones, codazos y saltos olímpicos con tacón de aguja por hacerse dueña de ese falso pasaporte hacia el altar. 


Publicado en Las Provincias el 13/07/2012

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