“Son las 11:30”. Seguro que recordarán, especialmente si
pertenecen al género femenino, la frase de ese anuncio de los 90, en el que
unas mujeres se avisaban en la oficina de que era la hora y se agolpaban hacia
la ventana para deleitarse con la imagen de un fornido y sudoroso albañil que
se despojaba de su camiseta mientras saboreaba un refresco. En mi oficina
también tenemos uno de esos momentos “once y media”, pero el protagonista, en
lugar de dedicarse a la construcción, es el reponedor de los bidones de agua.
“¡Que llega el del agua!”, Isabel de Administración es la que alerta a través
del Messenger al resto de chicas y a
algún chico que también se revuelve con la presencia de semejante monumento.
A los pocos minutos, hace su
aparición ese magnífico ejemplar de la naturaleza. Cuerpo bronceado, brazos
esculturales y tatuados hasta el extremo que asoman por una camisa sin mangas.
Si Miguel Ángel viviera en la actualidad, lo habría elegido a él como modelo y,
en lugar de David, su obra se hubiera llamado Jonathan o Maikel (con k).
Nuestro adonis atraviesa raudo el despacho sosteniendo dos garrafas de 20
litros que deposita en el suelo mientras mis compañeras y yo no le quitamos ojo
e imaginamos que en lugar del líquido elemento, es a nosotras a quien sostiene
entre sus brazos. Una vez se marcha,
comentamos la jugada. En su última visita, otro de mis compañeros nos
preguntaba incrédulo si de verdad nos gustaba ese tipo de macho ibérico. Hombre, nunca no se lo presentaría a mis
padres y desde luego no lo querría como padre de mis hijos, pero para echarse
unas risas y sacar a relucir por un momento los instintos primarios, no está
nada mal.
Publicado en Las Provincias el 01/06/2012
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