Los novios de mis amigas están
deprimidos. Al menos es lo que ellas me cuentan. Esa nube negra parece haber
invadido a todos aquellos que llevan una temporada sin trabajar, que no son
pocos. Comparten similar perfil: estudios universitarios, amplia experiencia en
sus respectivas profesiones y hasta hace dos días, muchas ganas de comerse el
mundo. Hace un año volvían a casa cansados, maldiciendo la ineptitud de sus
jefes y contando batallitas del trabajo, pero sintiéndose útiles y reconocidos.
Hoy apenas quieren salir, no les apetece ver a sus amigos, tampoco tienen ganas
de hacer nada con sus chicas porque no pueden permitírselo y se van sumiendo
cada vez más hondo en el abismo de la frustración. Ellas todavía mantienen sus puestos de
trabajo y son sus sueldos los que consiguen mantener económicamente a flote a
la pareja. Lo que ellas no saben es cuánto tiempo resistirán el mal humor, las
miradas lacónicas y la inercia que va contaminando su día a día.
Observo en mi entorno una diferencia
abismal entre la actitud de hombres y mujeres a la hora de enfrentarse a esa
losa llamada paro. Puede que el sufrimiento y la invisibilidad padecidos por
las mujeres a lo largo de la historia hayan conseguido forjarnos otro carácter
frente a las adversidades. A las amigas que tengo sin curro, la desesperación también
les asoma de cuando en cuando, pero noto cómo llevan con otra actitud ese vacío
laboral. Frente a aquella maldición de “Parirás con dolor” que hemos asumido
desde siempre, ellos no han conseguido desembarazarse de esa otra de “Ganarás
el pan con el sudor de tu frente”, y ahora que no hay sudor, ni tampoco pan, se
ven completamente perdidos. Nos toca al sexo débil tomar el mando.
Publicado en Las Provincias el 22/06/2012
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