La valentía ha adoptado a través de la
historia de la humanidad distintas y numerosas formas de
mostrarse. Unos se ofrecían como voluntarios para luchar en primera
línea de batalla, otros se embarcaban y surcaban los mares durante años hasta
dar con nuevos mundos, algunos se adentraron por espesas junglas y desiertos
desconocidos con el fin de llegar hasta donde nadie lo había hecho antes y
durante siglos, los más osados, se batieron en duelo para defender su
honor. Hoy el valor ha ido modificando su significado hasta
convertirse en un término raro.
El viernes pasado acompañé a una amiga a la inauguración de la tienda que
abría su tía. Es un pequeño negocio de venta de lanas y tejidos, decorado con
gusto exquisito, en el que además organizan talleres para aprender a tejer. Una
tienda de barrio en la que su dueña, después de haber perdido su trabajo tras
pasar por ese trance tan familiar llamado ERE, ha puesto todo su empeño e
ilusión para que salga adelante. Después de hablar con ella, pensé que era una
valiente. Y valientes me parecen también aquellos que en lugar de quedarse en
casa esperando a que se les agote la prestación por desempleo, invierten el
dinero de su indemnización en proyectos como este, que son, por cierto, los que
hacen que la rueda siga girando. En eso se ha convertido el valor, en
tener agallas para hacerte autónomo, abrir una papelería o un barecito y no
esperar a que un Estado paternalista te saque las castañas del fuego. Nos
educaron para ser cobardes, es decir, para no arriesgar ni emprender, y sin
embargo son ellos, esos valientes anónimos, los únicos que conseguirán sacarnos
del hoyo y crear la riqueza que ahora tanto añoramos.
Si que es verdad que son unos valientes!
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