viernes, 11 de mayo de 2012

DEBAJO DEL COLCHÓN



Recibo el viernes pasado un dinerillo que me debían desde hace tres años cuando la empresa en la que trabajaba dejó de pagar a todos sus currantes durante meses. No es nada del otro mundo, unos exiguos ahorros que vendrán bien para el futuro incierto que nos acecha.  Al menos hemos recuperado parte, no todo, de lo que nos correspondía por una labor a la que dedicamos muchas más horas y entrega de la que legalmente debíamos. Mi alegría contrasta con el cabreo al pensar que al final no fue la empresa ni sus responsables de entonces quienes han desembolsado la deuda sino el FOGASA, un organismo que paga a los trabajadores los salarios pendientes, causados por insolvencia, incompetencia o choriceo del empresario.  Este último supuesto fue mi caso. 
Reflexiono todo el fin de semana qué hacer con ese dinero. ¿Lo meto en un banco? ¿En cuál? ¿En el de toda la vida que ya nada tiene que ver con el que deposité mi confianza hace más de 20 años?  Pienso las opciones. El oro siempre es un buen seguro, pero tampoco me fío y para invertir en una obra de arte, no me llega, así que empiezo a pensar en los escondites de mi casa. Me suena que hay alguna baldosa suelta en la cocina, descarto lo del colchón, demasiado vulgar.  Al final me acerco al banco y me hacen esperar 35 minutos solo para ingresar un cheque. Tenía bastante claro que no quería que mi dinero pasase de las manos de unos chorizos a otros, si a ello le sumo la abdicación ese mismo día de su rey supremo y el anuncio del Gobierno de que le regalará  10.000 millones de nuestro dinero, la decisión cae por su propio peso. Vuelvo a casa y entro directa a la cocina palpando el suelo.
Publicado en Las Provincias el 11/05/2012

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