viernes, 3 de febrero de 2012

CALZONAZOS

Entre un generoso acto de amor hacia una mujer y una cobarde sumisión a la pareja, existe una finísima y difusa línea que los hombres suelen cruzar con demasiada facilidad. Me refiero al calzonazos, término de uso tan común en nuestra lengua que está aceptado por la Real Academia. Un calzonazos es un “pagafantas” evolucionado que por fin ha consigo su presa, pero lejos de disfrutar de ella, se convierte en su esclavo. Sus costumbres más habituales son el servilismo, la atención constante a su esposa y la ausencia total de enfrentamiento directo. Su frase más repetida es “Claro, cariño” y su medio natural son los centros comerciales, la casa de su suegra y las comedias almibaradas de Meg Ryan que es obligado a tragarse.




Son machos que para no enojar a su señora prefieren pasar por el aro y obedecer los designios de su princesita como dóciles cachorros. “Jaime, acompáñame a comprarme unos zapatos”. Da igual que sea sábado por la tarde y que él haya quedado con sus amigotes para ver la final de la Champions. Porque Jaime, le dará la patita y moverá la cola, solícito, a pesar de perderse tan decisivo encuentro. Conozco a muchos tíos que responden a este comportamiento. Hombres que se han casado por la iglesia a pesar de ser ateos y rozar la apostasía, otros que juraron que ninguna mujer les apartaría nunca de la noche y hoy sus salidas nocturnas se reducen al cine, y algún otro que dejó de practicar su deporte favorito porque su novia quería ver junto a él “Los Serrano”. Señores, un poco de dignidad. No se dejen dominar por las ideas muchas veces absurdas que se nos ocurren a las mujeres. Yo nunca podría estar con un calzonazos. Será la razón por la que sigo soltera.

Publicado en Las Provincias el 03/02/2012

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