viernes, 16 de junio de 2017

CHICAS JÓVENES, HOMBRES MADUROS



Mario entró en la fiesta de la mano de su nueva chica. Parecía diez años más joven a pesar de que tenía menos pelo que la última vez que nos vimos y unos kilos de más. El secreto de su repentino rejuvenecimiento era la pelirroja de 27 años que le acompañaba desde hacía meses. Nos la presentó. Era puro desparpajo. En cuanto ambos se alejaron a pedir, mi grupo de amigas comenzó a cuchichear. La evidente diferencia de edad centraba el chismorreo. Al parecer, ninguna de mis amigas parecía caer en la cuenta de que ellas habían sido la pelirroja en el pasado. Más de una década separan las fechas de nacimiento de tres de mis amigas y sus maridos. Ese abismo que separa a una mujer y un hombre cuando ella tiene 25 y él 40, se diluye cuando somos nosotras las que entramos en la cuarentena y ellos rondan los 55. A partir de cierta edad ya no nos acordamos de que nosotras fuimos la joven sobre la que las demás murmuraban.

Escuchando hablar a la pizpireta, con su frescura y su despreocupación, entendí perfectamente el cliché del hombre que a partir de cierta edad se fija y se enamora de una chica mucho más joven. No es solo por el culo duro y los pechos firmes (que también), es sobre todo por ese huracán de energía; por la desfachatez de que solo exista el presente; por estar exenta de neurosis y recelos; por creer, todavía, que todo es posible. A nosotras no nos pasa porque aunque también nos gusten los abdominales marcados, el sexo salvaje y la audacia de los veintitantos, al final caemos en la cuenta que, como decía el anuncio, la potencia sin control no sirve de nada. La novia de mi amigo era un torbellino, pero a pesar de todo, no sentí ninguna envidia cuando los vi marcharse, ella cabreada y celosa porque su novio había hablado más de la cuenta con otra.

Publicado en Las Provincias el 16/6/2017

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