Hay ciertas cosas que no deberían volver. Como las hombreras
y la riñonera, los colores fosforescentes, las maletas sin ruedas, los sanjacobos
o las gambas con gabardina. Probablemente alguna de ellas ni siquiera debería
haber existido. Vivimos en un mundo que suple la falta de ideas con las
segundas partes. Muchas no tienen explicación ¿Por qué en lugar de dejarlo
cuando era el momento el cantante de los Guns N’ Roses tuvo que volver con ese
look de jubilada alemana con sobrepeso de vacaciones en Benidorm borrando de un
plumazo sus años de sex symbol. ¿Por qué Axl Rose con esas trencitas que se
puso hace unos años derribó todo mi imaginario adolescente e hizo que renegara de
adulta del hombre que protagonizó mis desvelos?
Dice Sabina en una de sus letras que donde has sido feliz no debieras
tratar de volver. Nunca la frase cobró mayor sentido que cuando volví hace unos
meses a uno de esos sitios de El Carmen en el que empezaban muchas noches
épicas. Las clotxinas, emblemas del lugar, que entonces me parecían caviar, hoy
estaban recalentadas, secas y sin sabor. ¿Mi percepción de antes estaba
distorsionada o la cosa ha ido degenerando con el tiempo? Prefiero pensar lo
segundo. No, hay cosas, relaciones y lugares que no deberían intentarlo de
nuevo. También películas. No quiero ver la secuela de Blade Runner. No quiero
que el careto impertérrito de Ryan Gosling me arruine el recuerdo del personaje
de Rick Deckard. No quiero que las persecuciones, los tiros y los efectos
especiales que le presupongo a la secuela mancillen la memoria de la que fue
una de las películas de mi vida. No quiero que me hijo vea las dos películas
cuando tenga edad suficiente y prefiera la segunda a la primera. Rydley (aquí
como productor ejecutivo), jamás te lo perdonaré.
Publicado en Las Provincias el 12/05/2017
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