viernes, 19 de mayo de 2017

LA CULPA


La culpa. Esa sensación que asoma cuando sabemos o creemos que no hemos obrado de forma correcta, unas veces por acción, otras por omisión. El sentimiento de culpabilidad emerge de manera casi enfermiza en las mujeres que hemos sido madres cuando intentamos compatibilizar la vida que teníamos antes con la que nos toca vivir después de tener hijos. La culpabilidad aflora el día que dejas al niño en la guardería para reincorporarte al trabajo, cuando decides dejar de darle el pecho, el primer fin de semana que se lo quedan los abuelos para escaparte con tu pareja, si lo has apuntado a natación y se pasa toda la clase llorando, cuando insistes para que se acabe la cena y acaba vomitando, en el momento que te das por vencida y le dejas la tablet para que deje de llorar o cuando no puedes leerle un cuento porque tienes trabajo atrasado. En las acciones más tontas, el sentimiento de culpa se posa sobre la conciencia de la madre.

No importa que tu marido vaya cuatro días a la semana al gimnasio, que seas tú la única que se levante por las noches cada vez que el niño llora, que lo lleves y lo recojas del colegio todos los días, que solo tú seas capaz de encontrar su uniforme en el armario, que sobre ti recaiga la responsabilidad de la intendencia, no solo de la prole, sino de la familia entera. Eso al sentimiento de culpabilidad le da igual. La culpa no tiene en cuenta lo que haces por los niños, el estrés para llegar, las noches cada vez más cortas, los sacrificios ni el cansancio. Porque aunque quieras parecerte a Bree Van de Kamp, esa madre y esposa perfecta de ‘Mujeres desesperadas’, en el momento en que te despistes un solo segundo, el sentimiento de haber incumplido vuelve acecharte. Luchar contra una misma es agotador.

Publicado en Las Provincias el 19/5/2017

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