viernes, 9 de septiembre de 2016

ELEGIR EL SIGUIENTE



Siempre que estoy terminando uno, pienso en el siguiente. En cuanto pasamos los últimos minutos juntos, lo dejo y como una esposa infiel, elijo al que será mi próximo compañero sin pizca de remordimiento. Es culpa de mi naturaleza ansiosa, que no me permite vivir sin saber cuál será mi objetivo inmediato. Aunque no empecemos inmediatamente nuestra relación, me tranquiliza saber que está ahí, esperándome, sin prisas, como los noviazgos de antes. Lo bueno es que siempre tengo cola para elegir. Dependiendo del humor que tenga ese día, de la estación en la que estemos o de los viajes que tenga en perspectiva, me inclino por uno u otro. Es lo que tiene ser un poco compulsiva. En mi mesilla siempre hay cuatro o cinco libros esperando a que los lea.


El criterio para seleccionar mi próxima lectura es tremendamente arbitrario. Durante una temporada intenté combinar un autor contemporáneo con algún clásico, pasaba de Milena Busquets a Gustave Flaubert, pero me cansé, me parecía forzado. A veces, un libro me lleva a otro, del mismo escritor o temática similar, aunque prefiero no encadenar dos novelas del mismo género. Otras veces me fío de las sugerencias de alguna persona con criterio o elijo algún libro al azar, solo por su diseño, como el que tira de chorboagenda. En ocasiones es el libro el que me elige a mí. Me acerco a la estantería a depositar el que he terminado y empiezo a ojear los libros que heredé de mi tío y mi abuela (adoro ese rito), de pronto un lomo, unas letras o un nombre captan mi atención y ya no hay vuelta atrás. Eso es lo más bonito. Cuando estás preocupada o inquieta y empiezas a leer la historia de la familia Buendía y todo se esfuma. Y te das cuenta de que lo único que necesitabas para estar bien era meterte en la cama con Cien años de soledad.

Publicado en Las Provincias el 2/09/2016

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