viernes, 22 de julio de 2016

VEINTE AÑOS NO ES NADA



¿Qué carajo iba a hacer yo allí?, me preguntaba mientras me dirigía hacia el Carmen donde habíamos quedado. ¿De qué hablaría con ellos después de casi dos décadas sin vernos?, pensaba, yo que nunca me sentí identificada con ese colegio al que fui con catorce años y muchos prejuicios sobre la clase social de los alumnos. ¿Se acordarán de mí?, me decía tratando de recordar los pocos nombres que mi memoria había retenido de los compañeros de aquella época. Llevaba 18 años sin ver al 95% de la gente con la que me encontré esa noche. Es curioso que en una ciudad tan pequeña como Valencia, no vuelvas a coincidir con los que formaron parte de tu universo durante tanto tiempo.

Los días previos al reencuentro, me los imaginaba ocupando puestos de relevancia en un Consejo de Administración de alguna gran compañía, serios y formales, con matrimonios perfectos y una tropa de hijos rubios correteando por sus chalets de diseño. Pero no. A la segunda cerveza, el tiempo que habíamos estado sin vernos dejó de importar y la gente resultó ser todavía más maja de lo que era entonces. Había alguno en paro, varios que se habían montado pequeñas empresas, profesoras, psicólogas, directores de banco, muchos mileuristas y pocos que hubiesen llegado a la cima del éxito profesional. Entre sus estados civiles y sentimentales había separados y divorciadas, casados en segundas nupcias y solteras, cada uno con su historia de abandono y superación. La noche se alargó hasta bien entrada la madrugada. Rememoramos viejas anécdotas donde siempre salía algún profesor malparado y nos faltó tiempo para ponernos al día. Contra todo pronóstico, fue una noche estupenda en la que los anquilosados prejuicios de antaño saltaron por los aires. Como el tango, constatamos que veinte años no es nada.

Publicado en Las Provincias el 22/07/2016

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