jueves, 7 de julio de 2016

IRSE DE ESPAÑA



El domingo noche, mientras veía los resultados de las elecciones, ese gran escaparate de momentos felices, fotos de pies, frases hechas e instantáneas gastronómicas que es Facebook se convirtió en un muro de las lamentaciones en el que muchos de mis amigos y conocidos pedían cambiarse de nacionalidad o expresaban su deseo compungido de irse de España. Es curioso porque esa misma pretensión de abandonar el país la manifestaron varias personas de mi entorno meses antes de las elecciones de diciembre ante el ascenso de Podemos. Unos familiares me dijeron que si Pablo Iglesias llegaba al gobierno, hacían las maletas y se iban a Nueva York. En eso coinciden la izquierda más progresista y la derecha más recalcitrante. Ambas partes rechazan su condición de españoles si el resultado de las urnas no es el que ellos quieren. Puede que en ciertas cosas los dos extremos del electorado se parezcan más de lo que creen.

Tenemos el país que tenemos, para bien o para mal. Con nuestras miserias y nuestras grandezas, con nuestros fallos y aciertos, con nuestro Gran Hermano edición número 17 y nuestro liderazgo en donación de órganos. No creo, como dijo Rajoy en ese discurso psicotrópico desde el balcón de Génova, que España sea una de las mejores naciones del mundo. Creo que hay muchísimo que mejorar. Cruzar la frontera y hacerse francés, alemán o noruego no es garantía de nada. Observen sino el avance de los partidos de ultraderecha en esos países. No hay que ser complaciente ni tampoco resignarse. Mejor quedarse en España, vigilar para que los que políticos cumplan su parte del trato, protestar si no lo hacen y seguir a lo nuestro. Los que alguna vez hemos vivido lejos de casa, sabemos el frío que hace allá fuera y que nada tiene que ver con la temperatura exterior.

Publicado en Las Provincias el 07/07/2016

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