miércoles, 15 de junio de 2016

EL MUSEO DE LAS RELACIONES ROTAS



Callejeábamos sin dirección por las calles empedradas de la ciudad croata de Zagreb cuando nos llamó la atención una señal que indicaba el camino hacia el Museo de las Relaciones Rotas. Pensamos que tendría algo que ver con la guerra de los Balcanes. Pero en lugar de movimientos geopolíticos, testimonios de etnias enfrentadas y nacionalismos, nos encontramos con que el pequeño museo exhibía objetos cotidianos de parejas separadas. Una figurita de cristal, un teléfono móvil, un enano de los que se ponen en el jardín. Cosas aparentemente intrascendentes que cobraban significado al leer la historia que los acompañaba. Esos relatos de desamor eran el auténtico material de la exposición. Objetos que dejaban adivinar finales llenos de rabia, como el hacha utilizada por una chica para destrozar los muebles de su ex; otros de comprensión, como la caja hecha de cerillas fabricada por un marido que dejó a su esposa por otra después de 18 años, u objetos que anunciaban desenlaces amargos y desoladores, como un vestido de novia o un osito de peluche sujetando un corazón.

Cualquiera puede formar parte de la exhibición. El único requisito para participar, tener el corazón roto. El museo admite donaciones. En lugar de echar al contenedor esa lámina que encontrasteis en un anticuario de Berlín, los pendientes que te regaló unas navidades o la primera carta de amor que le enviaste, uno puede escribirles y mandarles las cosas que un día fueron importantes y que el paso del tiempo transformó en recuerdos dolorosos. Las cosas que acumulamos, son solo eso, cosas que se olvidan, que se rompen o se pierden por el camino. Lo vital, las experiencias, las enseñanzas, los instantes de felicidad y tristeza, por mucho que queramos relegarlos a un museo, nunca nos abandonan del todo.

Publicado en Las Provincias el 10/06/2016

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