viernes, 8 de abril de 2016

ROMPER EN PRIMAVERA



La primavera me sorprendió paseando por el parque con el perro. Era lunes de Pascua. El poniente de los días pasados desafiaba a salir de casa. La hora que se esfumó en la madrugada anterior había traído una luz nueva y envolvente. Los niños aprovechaban esa hora extra que regala el horario de verano correteando con sus bicicletas y brincando entre los columpios. El gesto de sus padres era relajado. Los enamorados se disputaban los escasos bancos que quedaban a resguardo de las miradas ajenas para acariciarse con discreción. El aire desprendía aroma a tierra calentada por el sol y algunos árboles se despojaban de pequeñas flores rosadas que alfombraban el terreno. La primavera bullía e invadía cada milímetro del parque.

Muy cerca de la entrada, sentada en un banco, vi que una pareja discutía. Al pasar a su lado alcancé a escuchar como ella, bastante exaltada, le recriminaba algo sobre sus padres y él le reprochaba alguna otra cosa. Los observé disimuladamente mientras me alejaba. Aquello olía a ruptura. No eran unos jovenzuelos, rondarían los 40, habían elegido un lugar neutro y alejado del hogar para mantener esa última conversación sin que les perturbase aquello que aún les mantenía unidos, los niños, la casa, la costumbre y un pasado común. Volví del paseo casi una hora más tarde y seguían allí. El acaloramiento dialéctico del principio había dejado paso al silencio que imprime la derrota. Ya no se miraban. Contemplar la descomposición de la pareja y ese muro de hielo que se iba levantando entre ellos en medio de la efervescencia que provoca la naturaleza desperezándose era extraño. Aquella situación desentonaba como cuando juntas el color rosa con el amarillo. Cualquier época es mala para romper, pero en primavera debería estar prohibido.

Publicado en Las Provincias el 1/04/2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario