viernes, 12 de febrero de 2016

LLÉVAME AL HUERTO




Lo mío con la huerta es una historia de amor intermitente y no correspondida. Mi idilio viene de lejos, de cuando los domingos por la tarde volvíamos toda la familia en coche desde la casa de la playa y atravesábamos los campos de Alboraya mientras mi padre identificaba cada cultivo. Aquí cebollas, aquí acelgas, aquí chufa. Veranos más tarde, con 9 años, intenté tener mi propio huerto y removí y ablandé la tierra durante días, pero no llegué a sembrar nada. Aparqué mi incipiente carrera de agricultora durante las siguientes dos décadas, hasta que me independicé y me uní a esa fiebre de los urbanitas que añoran la naturaleza montando un huerto en el balcón. A pesar de que mi primera cosecha fue pésima, no desfallecí y continué otra temporada. Diversifiqué mi explotación. Planté lechugas, tomates, fresas, pimientos… con resultados bastante mediocres hasta que un día desenterré las zanahorias en las que había depositado todas mis esperanzas y lo ridículo de su tamaño me hizo replantearme mi anhelo por autoabastecerme.

Hace unos meses, volví a Alboraya a informarme sobre las parcelas de 50 metros que se alquilan convencida de que podría relanzar mi romance con el campo, pero mi madre, con su inmensa sabiduría, hizo que lo reconsiderara. “Si se te mueren las plantas de la terraza, como vas a cuidar de un huerto”. Así es. Atender a un bebé, a un perro, a un novio, a mis múltiples trabajos y además labrar es imposible. Desde hace unas semanas recibo en casa verdura ecológica que pido a través de Internet, parece que así mi ansia agrícola se ha aplacado. El domingo pasado, el mercado de producción local de la plaza del Ayuntamiento nos recordó ese extraordinario patrimonio que tenemos aquí al lado. Descúbranlo y aprovéchenlo. La huerta enamora.

Publicado en Las Provincias el 5/2/2016

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