viernes, 4 de diciembre de 2015

EN CAMAS SEPARADAS


Dormir juntos está sobrevalorado. Al menos ese fue la conclusión a la que llegó un comité de sabias que se reunió en Valencia la semana pasada. En Ruzafa concretamente. Como habrán imaginado, ese comité, que se reúne una vez al mes para hablar de tonterías, quejarse de los maridos, organizar viajes que nunca hacen y sobre todo reírse, está formado por mi grupo de amigas. El otro día una de ellas vino a la cena preocupada. Hace un mes que ella y su chico se han mudado a un piso más grande en el que además del dormitorio principal, cuentan con otra habitación con cama de matrimonio para los invitados. A ella siempre le han molestado los ronquidos de su pareja y ha llegado un punto en que si se despierta a mitad noche y lo oye roncar, no puede volver a conciliar el sueño y se cambia al otro cuarto. Su novio, al darse cuenta del perjuicio que le estaba ocasionando decidió hace dos semanas que sería mejor que él se acostara todas las noches directamente en la habitación de invitados y así ella pudiese descansar mejor.

A pesar de que mi amiga insistió en que siguiesen durmiendo juntos, él se mostró firme. Llevaban dos semanas durmiendo en camas separadas y ella, aunque confesaba su temor a que ese tabique de separación repercutiera negativamente en su relación, nos reveló que nunca había estado de mejor humor. El resto del grupo, en lugar de convencerla para que volviese al lecho conyugal, la animó a continuar así. “Nunca fui tan feliz como cuando Juan se pasó un mes durmiendo el sofá”, decía una. “Pepe durmió en otra habitación cuando nació nuestro hijo y fue una de las mejores etapas como pareja”, explicó otra. “Incluso avivó nuestra pasión”, contó alguna. El dictamen fue unánime. Compartir tálamo y soportar ronquidos poco tiene que ver con el amor.
Publicado en Las Provincias el 27/11/2015

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