Superadas las dos primeras fases de la
maternidad, es hora de volver a retomar ese otro mundo al que pertenecías. El
mundo cotidiano, lleno de prisas, preocupaciones y rutinas sigue prácticamente
intacto. Si la fase 1 es un periodo donde abundan las dudas, los temores, los
altibajos y en el que se pasa mucho sueño, es en la fase 2 cuando una empieza a
disfrutar de su reciente condición. Ya no compruebas cada diez minutos si el
bebé respira, su peso sigue su curso natural y dejas de preocuparte por
cualquier nimiedad. Aprovechas cualquier hueco para dormir, pero sigues
teniendo sueño. Una vez crees que lo tienes todo controlado, la veleta vuelve a
girar y entras en la tercera fase. Días antes de incorporarte al trabajo no
piensas en otra cosa que no sea la separación, que en tu mente traicionera es
desgarradora y dramática. Te fustigas con toda clase de hipotéticas situaciones
que puede sufrir tu hijo y te tortura un enorme sentimiento de culpa.
Crees que deberías haber pedido a la
empresa unos meses más de permiso sin sueldo. Crees que las personas a las que
confíes su cuidado no sabrán arreglárselas. Pero llega el día, te vas de
casa con el corazón encogido y reanudas tus tareas laborales con una normalidad
sorprendente. Después de revisar trescientas veces el Whatsapp y convencerte de
que tu niño está en buenas manos, por fin te relajas. Al tercer día, ya no te
acuerdas del hueco que deja su ausencia. Los mails, las reuniones y el trabajo
atrasado no te lo permiten. De pronto, mientras tomas un café con los
compañeros, agradeces poder hablar de otra cosa que no gire en torno al
universo bebé y te das cuenta de lo bueno que es para tu cabeza olvidarse
durante unas horas del niño. Sigues teniendo sueño, pero te convences de que
dormir está sobrevalorado.
Publicado en Las Provincias el 11/09/2015
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