viernes, 4 de septiembre de 2015

ESTAFA POÉTICA




Nos hemos acostumbrado a que los estafadores de hoy en día huelan a perfume del caro, vistan trajes a medida y estudien en las mejores escuelas de negocios. Aquellos quinquis de los 80, aquellos trileros de medio pelo han sido sustituidos por empresarios que viajan en jet privado y dejan en la calle a cientos de trabajadores, banqueros procesados que veranean en yates, políticos que reciben comisiones y tesoreros con casa en Baqueira. Pero junto a estos ladrones de guante blanco y escasa conciencia todavía existen timadores menores, tramposos de arrabal que se buscan la vida como pueden. El pasado sábado estaba sentada en una terraza del barrio madrileño de Malasaña cuando se acercó un amable señor que lucía gafas redondas de pasta, barba quijotesca y pelo enmarañado. Se presentó a sí mismo como un humilde poeta deseoso de que conociésemos su obra. Su estampa valleinclanesca y un discurso alejado de victimismo nos convenció para desembolsar el euro que costaba aquel trabajo autoeditado e impreso en un A3.


En cuanto se fue desplegué aquellos sonetos convencida de que tenía ante mí a uno de esos artistas malditos, un Baudelaire castizo que sería reconocido y venerado después de muerto. En la primera hoja, junto al depósito legal y el registro de la propiedad intelectual se señalaba el número de ejemplares que el escritor había distribuido, nada menos que 11.627. Comencé a leer con emoción, pero tras los primeros versos me encontré con unos ripios inmundos. “Solo sé que te quiero, ¡Y sé que por eso me muero!” decía uno.” “Te quiero con todo mi amor, ¡Qué pena que no tengas corazón” continuaba el siguiente. Aquellas rimas que podían haber sido escritas por un alumno de EGB hicieron que me sintiera estafada. Estafa poética, pero estafa, al fin y al cabo.

Publicado en Las Provincias el 04/09/2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario