Le
he visto varias veces mientras volvía del trabajo. Parado frente al pequeño
espejo de la cabina de fotos de carnet que hay en la puerta de la autoescuela,
se mira y con un peine al que le faltan varías púas trata de poner en orden la
maraña de mugre en la que se ha convertido su pelo. Me infunde ternura ver esa
estampa en la que el vagabundo de mi barrio, con su chaqueta roída, su pantalón
lleno de manchas y sus uñas negras se preocupa, además de por recoger unas
monedillas, por su desaliñado aspecto. Intentando recomponer su deteriorada
imagen, este señor busca recuperar una pizca de una vida pasada, más digna,
menos cruel. La apariencia y el aspecto físico son importantes, sobre todo para
sentirse bien con uno mismo, sin embargo se ha instaurado una tiranía en la
sociedad donde la belleza y la delgadez tienen más éxito que el talento y la
inteligencia.
Parecía
que la misma razón por la que el vagabundo de mi calle se adecenta, pero a otra
escala a miles de años luz, había arrastrado a la actriz Uma Thurman a estrenar
cara nueva esta semana. Una práctica que llevó a René Zellweger a transformar
sus facciones hace poco y a Mickey Rourke a destrozarse directamente la cara.
La señorita Thurman sorprendió a todos en el estreno de su última serie con un
rostro irreconocible que hizo correr ríos de tinta y enfureció a sus fervientes
fans. Sin embargo, ayer su maquillador explicó que la transformación había sido
solo efecto de un nuevo maquillaje que él definió como “chic parisino natural”,
imagino que para descojonarse del personal. ¿Acción de marketing para
promocionar la serie? ¿Bromita de la actriz para poner de manifiesto esa
dictadura de la imagen? Sea como sea, me alivia comprobar que la Mamba Negra
envejece con elegancia. Al menos de momento.
Publicado en Las Provincias el 13/02/2015
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