Durante
el colegio, uno va moldeando su grupo de amigos, normalmente de su mismo sexo,
en base a unos criterios más o menos subjetivos. Ser compañeros de pupitre,
jugar en el mismo equipo o vivir en el portal de al lado puede crear lazos indestructibles.
Vas creciendo y en el instituto te sueles juntar con gente que te es afín.
Adoráis el mismo grupo de rock o frecuentáis lo mismos garitos nocturnos. En la
facultad, la diversidad es la norma. Formas parte de una pandilla heterogénea
con la que solo tienes en común ciertas asignaturas y vuestra afición por el
alcohol y las fiestas universitarias. Pasa el tiempo y te enamoras. La seriedad
y el compromiso de tu relación suelen ser inversamente proporcionales a los
amigos que dejas por el camino. Es entonces cuando tu círculo comienza a
menguar y empiezas a quedar solo con otras parejas.
El
problema de las parejas de tus amigos es que son ellos quienes las eligen sin
consultarte, por lo que existe una gran probabilidad de que te aburran. Son las
parejas pereza. Dúos con los que no puedes evitar quedar de tanto en tanto pero
que te provocan somnolencia. Las parejas pereza siempre hablan de ellos mismos
en plural, uno suele acabar las frases que empieza el otro y su conversación se
centra en lo maravilloso de la maternidad/paternidad y en los pelmas de sus
hijos. Su vida no te interesa lo más mínimo, pero por la amistad que te une con
una de las partes, tienes que quedar con ellos de vez en cuando. Nunca se
emborrachan ni pierden los papeles y su identidad individual queda anulada en
pos de la pareja, que siempre parece mantener una relación sin sobresaltos.
Por cierto, una pareja pereza nunca es consciente de que su doble
presencia da ganas de bostezar. ¿Seremos mi chico y yo la pareja pereza de alguien?
Publicado en Las Provincias el 20/02/15
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