Dos
rayas. Dos rayitas aparentemente anodinas que te anuncian que a partir de ese
instante, nada va a ser igual. Dos pequeñas líneas verticales que te gritan
que, ahora sí, cierras un ciclo en el que, de vez en cuando, aún te permitías
ciertas dosis de irresponsabilidad y se abre otro, donde, según te
cuentan, el yo queda relegado al sótano para ser sustituido por la tercera
persona del singular. Las emociones se atropellan. Un shock inicial al que
siguen sensaciones alternas de nervios, temor, estallidos de alegría con caída
libre a la tristeza por aquellos que se lo van a perder. Te sobrevienen tres
noches de insomnio, el mismo del que tanto te han advertido que sufrirás dentro
de unos meses. A partir de ahí, tomas conciencia de la nueva situación, que a
ratos te sigue pareciendo irreal y a la vez excitante. Mientras digieres tu
nueva condición, el canguelo sigue allí instalado.
No
pertenezco a ese grupo de mujeres que desde siempre han tenido clarísimo que su
objetivo en la vida era el de procrear, cuidar y proteger a sus polluelos. Hace
pocos años que la opción de la maternidad entró en mis planes. Quizás por eso,
los primeros meses me hacía preguntas absurdas. ¿Cómo voy a ser una buena madre
si no sé quitar las manchas de la ropa? ¿Qué pasa si me cae mal? ¿Cuándo
será la próxima vez que pueda coger un avión y viajar a otro continente? ¿Lo
querré aunque sea feo? ¿Tendré que poner esa entonación generalizada que
se usa con los niños y que tanto me irrita cuando me comunique con él? Una vez
eliminadas de mi mente estas sesudas reflexiones, entro en la segunda fase, en
la que me encuentro ahora mismo, donde la ilusión va borrando los miedos y el
vértigo abismal que apareció con esas dos rayitas se va transformando
en pura felicidad.
Publicado en Las Provincias el 14/11/14
Feliz Dos Rayitas y 34 atrasado!!!
ResponderEliminarBesos desde el 4 en raya.
Muah!