viernes, 14 de noviembre de 2014

DOS RAYITAS


Dos rayas. Dos rayitas aparentemente anodinas que te anuncian que a partir de ese instante, nada va a ser igual. Dos pequeñas líneas verticales que te gritan que, ahora sí, cierras un ciclo en el que, de vez en cuando, aún te permitías ciertas dosis de irresponsabilidad y se abre otro,  donde, según te cuentan, el yo queda relegado al sótano para ser sustituido por la tercera persona del singular. Las emociones se atropellan. Un shock inicial al que siguen sensaciones alternas de nervios, temor, estallidos de alegría con caída libre a la tristeza por aquellos que se lo van a perder. Te sobrevienen tres noches de insomnio, el mismo del que tanto te han advertido que sufrirás dentro de unos meses. A partir de ahí, tomas conciencia de la nueva situación, que a ratos te sigue pareciendo irreal y a la vez excitante. Mientras digieres tu nueva condición, el canguelo sigue allí instalado.

No pertenezco a ese grupo de mujeres que desde siempre han tenido clarísimo que su objetivo en la vida era el de procrear, cuidar y proteger a sus polluelos. Hace pocos años que la opción de la maternidad entró en mis planes. Quizás por eso, los primeros meses me hacía preguntas absurdas. ¿Cómo voy a ser una buena madre si no sé quitar las manchas de la ropa? ¿Qué pasa si me cae mal?  ¿Cuándo será la próxima vez que pueda coger un avión y viajar a otro continente? ¿Lo querré aunque sea feo?  ¿Tendré que poner esa entonación generalizada que se usa con los niños y que tanto me irrita cuando me comunique con él? Una vez eliminadas de mi mente estas sesudas reflexiones, entro en la segunda fase, en la que me encuentro ahora mismo, donde la ilusión va borrando los miedos y el vértigo abismal que apareció con esas dos rayitas se va transformando en pura felicidad. 
Publicado en Las Provincias el 14/11/14

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