viernes, 21 de junio de 2013

LA PAREJA DEL TELEFONILLO

Los veo muchos días al entrar o al salir del patio y cada vez que coincido con ellos en esos segundos en los que intercambiamos un ‘Buenas tardes’, no puedo evitar conmoverme al observar esa particular historia de amor que les ha tocado vivir. Ella, por el acento, puede que sea de Colombia, él quizás venga de Uruguay. Ambos deben ser más jóvenes de lo que aparentan. Los años pesan el doble y dejan más arrugas cuando te ha tocado bregar en el lado áspero de la vida. Él puede pasarse horas de pie hablando bajito con ella a través del telefonillo de la finca. Ella no puede bajar porque tiene que cuidar de una anciana que hace tiempo dejó de valerse por sí misma. Siempre que la chica sale a pasear con ella por el parque, él la acompaña y le ayuda a empujar la silla de ruedas desde donde la señora se convierte en testigo mudo y permanente de las confidencias de los novios. Nunca los he visto besarse ni cogerse de la mano.

Me conmueve ese amor tan común y tan de carne y hueso que se profesan, sin mariposas en el estómago, sin cenas románticas ni regalos de aniversario, sin mensajes por el Whatsapp ni ramos de rosas. También despojado de las espinas que produce la convivencia, que en su caso tienen denegada y de las peleas absurdas provocadas porque hoy te tocaba recoger la mesa a ti. Los amantes a los que escasea el tiempo, no pueden malgastarlo en tonterías. El domingo pasado los vi por primera vez solos, sin la carabina silenciosa que les suele acompañar. Se despedían en el portal. Ella lucía una bonita falda blanca, él también parecía haberse arreglado para la ocasión. Quise pensar que volvían de bailar y que por unas horas habían podido dejar atrás la soledad que comparten y olvidar la separación forzosa e irremediable a la que están abocados.

Publicado en Las Provincias el 21/06/2013

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