Tengo
claro que para salir de este pozo en el que nos metieron y nos metimos es
necesaria una actitud positiva. Sin embargo y a pesar de mi naturaleza
optimista, en los últimos meses he vivido una serie de situaciones que hacen
que me invada el desánimo y hagan plantearme seriamente si este país está donde
se merece. Reservamos una mesa en la terraza de un restaurarte del centro.
Cuando llegamos, nos dicen que fuera está todo completo y tenemos que comer
dentro. Después de protestar un buen rato, una camarera accede de mala gana a
montarnos una mesa, al pedirle que por favor no la ponga en el sol, nos
contesta de malas formas. No tuvimos más remedio que quedarnos porque eran
Fallas y no habríamos encontrado otro local para tanta gente. La comida fue
mala, el servicio pésimo y además caro. Cambio de sector. Hace un mes estuve en
una agencia de viajes para consultar un tema de visados y unos billetes de
avión. Me dijeron que me mandarían un mail con toda la información. Todavía
sigo esperando. Ese mismo día escribí a varias agencias locales de un país
considerado como subdesarrollado. Todas ellas me contestaron al día siguiente.
Hace
pocos días, mis compañeros de trabajo contactaron con una escuela para recibir
un curso básico de kitesurf. El mismo día que comenzaban, el profesor les dice
que por circunstancias personales, solo podrá impartir una clase, en lugar de
las cuatro estipuladas. No han sido los únicos casos de informalidad y falta de
profesionalidad que me he encontrado en los últimos tiempos. Ignoro las
razones de esta ausencia de celo, quizá un sueldo ridículo, un jefe
insoportable o demasiadas horas currando. Le echamos la culpa de todo a la
crisis, sin embargo tengo la sensación de que somos nosotros mismo los primeros responsables.
Publicado en Las Provincias el 14/06/2013
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