Solo
unos kilos marcan la línea que separa el infierno del paraíso. 60 para ser
exactos. 60 mil gramos de cocaína pura que en el mercado negro alcanzará una
cifra con la que asestar el golpe definitivo para dejar de pasear por el lado
salvaje. 60 millones de miligramos que pueden suponer la salvación
perpetua o la condena eterna. Un número por el que se mata o se muere. Los
personajes que pueblan ‘Sesenta kilos’, la primera novela de Ramón Palomar,
conocen su destino. Se han criado en las calles entre putas, borrachos,
camellos y yonquis y están cansados de ver el final del cuento. Por ello no
dudan en sobrepasar cualquier límite moral, legal, humano o divino para escapar
de sus mugrientas vidas.
Palomar
consigue acercarnos a ese mundo marginal que se rige por sus propias reglas y
lo hace de una forma magistral con una historia sólida y de una intensidad
abrumadora. Hasta el más pétreo de los lectores habrá tenido que parar a coger
aire para enfrentarse a ciertos pasajes de la novela. El columnista
dibuja con excepcional tino una serie de personajes del lumpen más subterráneo.
De entre ellos, mi favorito es el Sargento Ventura Borrás, un militar retirado
“que decidió que su familia era la Legión” y cuya vida pasada y presente tiene
un potente spin off, si es
que en la literatura existe algo parecido. La relación que establece con Mauro
destila una pureza que te reconcilia con la raza humana. También lo es el amor
que se profesan Mauro y Amapola. Palomar muestra un breve destello de luz entre
tanta podredumbre. Su pluma, siempre afilada y directa, ha logrado crear una de
las mejores novelas negras de la actualidad. Si sigue así, tendré que reordenar
mi librería y dejarle un hueco entre ilustres apellidos como Hammet, Thompson,
Chandler o Ellroy.
Publicado en Las Provincias el 10/05/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario