De
entre todos los especímenes masculinos que perjudican gravemente la salud
emocional de la apacible existencia femenina, hay uno que sobresale por su
especial sigilo a la hora de arrinconar a su presa. No es difícil tomarle el
pelo a una mujer cegada por las flechas de Cupido, pero tampoco hay que ser un
lince para distinguir a qué clase de tío pertenece tu último ligue. El
romántico, el celoso, el canalla, el mujeriego, el perfeccionista, el
calzonazos, el sensible, el madurito, el misterioso… a todos ellos se les ve
venir, pero existe uno cuya estrategia es tan perfecta que es casi imposible
adivinar sus intenciones. Me refiero al cantamañanas.
El
cantamañanas se distingue por declararte su amor eterno en la primera cita.
Muchos de ellos lo hacen durante las tres primeras horas de encuentro. Es fácil
que antes de la segunda copa te diga que quiere que seas la madre de sus hijos.
Después de la primera noche de pasión, te llevará el almuerzo al trabajo y te
recogerá a la salida. No es extraño que deje su cepillo de dientes en tu casa
ese fin de semana y que antes del siguiente quiera que conozcas a sus amigos.
El auténtico singermorning
no rehúye los lugares públicos y te presenta como su novia a pesar de que aún
no sepa cuál es tu segundo apellido. Pero el cantamañanas se alimenta de su
propia fantasía y de la inocencia de sus víctimas, por lo que tarda poco en
quitarse la máscara. Pasadas un par de semanas, un día inexplicablemente
deja de llamar, ya no te dice 25 veces que te quiere y te pone alguna excusa
para veros. Sus promesas se evaporan en menos que canta un gallo y te das
cuenta de que él es un gilipollas y tú una imbécil por creerte su pantomima.
Regresa entonces a su hábitat natural, la caza de otra ilusa que se trague sus
mentiras.
Publicado en Las Provincias el 17/05/2013
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