viernes, 24 de mayo de 2013

PEQUEÑAS MANÍAS SIN IMPORTANCIA


Por fin después de muchos años de navegar sin rumbo, mi amiga Ruth ha dejado de atraer a hombres casados, a tipos solteros pero con clara tendencia a la infidelidad y a esquizofrénicos paranoides no diagnosticados.  A ella se la ve resplandeciente con su nueva condición de novia de un chico corriente, con un buen trabajo, que la trata como a una dama y la acompaña a comer a casa de sus padres los domingos. Una noche que salimos a cenar me confesó que a pesar de su apariencia de normalidad, su pareja era un tanto maniático. Al poco de salir juntos, ella abrió su nevera y vio cinco botes de cristal alineados que guardaban en su interior una especie de papilla de color indefinido. Él le explicó que todas las noches cenaba un potito de verduras que le preparaba su madre los fines de semana. “El chico se cuida. No es nada malo. Mejor eso que una barriga cervecera” le dije.

Otro día que fue a su casa, le sorprendió haciendo una pequeña hoguera en el jardín. Pensó que al fin esa noche se saltarían la dieta blanda para hacer una barbacoa, pero en realidad lo que estaba haciendo era destruir los resguardos de la tarjeta de crédito y del banco que había almacenado en los últimos meses. “Cada dos meses, tenemos cremà” me contaba. Aunque al parecer, su manía más evidente consiste en que después de que ella se lave las manos o friegue los platos, su novio tiene que limpiar rápidamente las gotitas que se quedan alrededor de la pila o del lavabo. No puede soportar las dichosas gotitas. Le quité hierro al asunto y le recordé a mi amiga la retahíla de tarados que habían pasado por su vida. Pareció entender que a las manías solo hay que acostumbrarse. Siguen juntos y felices. Él la ama con locura y ella, aunque le costó, ya ha aprendido a lavarse las manos sin salpicar.


Puiblicado en Las Provincias el 24/05/2013

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