Mientras mis amigas se dedican a preparar biberones, cambiar pañales, ir al
pediatra y tratar de dormir a sus retoños, yo me enfrento desde hace tiempo a
lo que podría llamarse la edad del pavo perruna. Aquel dócil cachorro que
llevaba en mis brazos hace dos años se ha convertido en una bestia parda de 30
kilos que consume todas mis energías. Dicen que las mascotas acaban
pareciéndose a sus amos. Mi perro es hiperactivo, ansioso, pasota e
independiente. De alguien lo habrá heredado. Después de que este verano
decidiera explorar él solo la playa aterrorizando a familias enteras y que la
Guardia Civil me lo devolviese sano y salvo, sin multa, pero con una severa
reprimenda, decidí que debía hacer algo al respecto. Mi amiga Macarena me
recomendó que lo llevara a Agility, actividad en la que el amo va guiando al
perro mientras este hace un recorrido superando una serie de obstáculos.
Después de unas cuantas clases individuales, el sábado pasado Blues y yo tuvimos nuestra primera clase en grupo. Cómo conozco sus antecedentes, ya iba predispuesta a hacer el ridículo como madre y educadora fracasada. Nos pusimos en círculo y, tal y como me temía, mientras todos los perros obedecían las órdenes de sus dueños, el mío intentó montar a otro macho con el cuál tuvo un conato de pelea, y se dedicó a revolucionar al gallinero, persiguiendo al resto de la manada. Ni siquiera los tacos panceta que le llevé como cebo sirvieron para que me prestara atención. Como se suele decir, la culpa es de los padres. Lejos de desanimarme, desde entonces he redoblado mis esfuerzos. No creo que logre que sea el empollón de la clase, pero al menos, intentaré que no se convierta en el pandillero.
Publicado en Las Provincias el 19/10/2012
Ser madre no es fácil..desde dos meses lo soy también y aunque sólo pesa poco más de 3kg por ahora...no veas la guerra! Ánimo..!
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