Siempre he sido una deportista esporádica. Me gusta el deporte por aquello
de liberar tensiones y despejar el coco, pero nunca he sentido el gusanillo de
la competición y no recuerdo ir al gimnasio más de cuatro meses seguidos. Quizá
por eso, hace unos años empecé a aficionarme a salir a correr. Barato, sin
horarios, con pocas lesiones y al aire libre. Entonces todavía no existía el
boom que hay ahora con esta práctica y lo único que necesitabas era una
camiseta de propaganda y unas zapatillas viejas.
Los deportes no escapan a las modas. Primero fue el Aerobic, después el Spinning
y más tarde el Pilates. Ahora, lo último es salir correr. Con la eclosión de
este deporte llegaron también los accesorios indispensables. Lo primero, unas
zapatillas adecuadas de running, con el consiguiente coste que supone este tipo
de calzado. A continuación, un sujetador especial deportivo para contrarrestar
los botes e impedir que se descuelgue esa preciada parte de tu cuerpo.
Imposible salir sin música, el mp3 es vital, y el cachivache para sujetarlo en
el brazo necesario. No hay que olvidar el pulsómetro, no vaya a ser que nos
excedamos en el ritmo y caigamos fulminados. Y por supuesto, el podómetro, que
mis amigas me regalaron hace justo un año por mi cumpleaños y que todavía estoy
intentado averiguar como funciona. Antes estabas listas en un minuto,
ahora la preparación para salir a correr me resulta agotadora y si te agencias
todo el equipamiento, te sale por un ojo. Se ha desvirtuado la pureza de
un ejercicio sencillo, pero no se dejen engañar, ninguna marca deportiva ni
ningún gadget de última generación conseguirán darnos nunca lo único que se
necesita para practicarlo: las ganas.
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