viernes, 28 de septiembre de 2012

LOS BANCOS BUENOS


Hoy quiero romper una lanza a favor de los bancos, ahora que tan denostado se encuentra este término. Ni loca defendería a esas empresas que guardan nuestro dinero para invertirlo en inmuebles o valores  fantasma bajo el beneplácito de directivos y gobernantes que se han forrado a nuestra costa metiéndonos en este agujero. Los bancos de los que quiero hablar son a los que se refiere la RAE en su primera acepción, esto es, asiento, con respaldo o sin él, en que pueden sentarse varias personas.  Son los bancos buenos, esos que se encuentran en los parques, en una tranquila plaza o en un paseo frente al mar.



La relación que tenemos con ellos nace en nuestra adolescencia, cuando se convierten en punto de encuentro de la pandilla. “Quedamos en el banquito a las 6”.  Y esa parte del mobiliario urbano se transforma ahí en lugar de confidencias y primeros cigarrillos furtivos. Un poco más tarde, cuando el primer amor, un banco con ubicación discreta será testigo esencial de arrumacos y susurros de parejas inexpertas. Pasan los años y los bancos dejan de formar parte de nuestra vida. Pero un día, sin darnos cuenta, vuelven por la puerta grande. Suele coincidir con la llegada de un bebé, lo que obliga a madres y padres a dar un giro radical a los hasta entonces lugares vitales frecuentados. El parque sustituye entonces al gimnasio, al bar, o la cama un sábado de resaca. Los bancos, de madera, piedra o metal resurgen para hacerse imprescindibles. En mi caso, han sido los paseos con mi perro los que me han reconciliado con ellos. Ahora que empieza el otoño, es la mejor época para disfrutarlos. Busquen el suyo. Son gratis, sin comisiones ni tasas de cancelación.  



Publicado en Las Provincias el 28/09/2012

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