martes, 11 de septiembre de 2012

EL LIBRO DE LA SELVA

Ahora que los afortunados que aún conservan su trabajo vuelven a sus tareas cotidianas, a los que soportamos los meses de julio y agosto encerrados en la oficina bendiciendo al inventor del aire acondicionado, nos toca hacer las maletas y activar el modo off. Cada año durante mis vacaciones, además de biquini, crema solar y sandalias, ningún equipaje, vaya a donde vaya, queda completo sin un libro que suelo elegir a conciencia según mi destino. Desde pequeña sentí fascinación por la lectura, pero reconozco que siempre fui anárquica a la hora de elegir los libros que devoraba. Probablemente leí autores y títulos que intelectualmente no correspondían a una adolescente, pero de la misma forma, me tragué bodrios almibarados de historias románticas con final feliz y folletines de nulo interés literario.

Por eso, con el paso del tiempo me di cuenta de que por el camino me había dejado títulos imprescindibles que se saborean mejor en esa edad en la que una todavía no ha despertado a la tediosa vida de los adultos. En los últimos veranos, me acompañaron el Capitan Ahab y su persecución sin tregua a Moby Dick, las aventuras de piratas de Jim y su Isla del tesoro, o el marinero Marlow adentrándose en El corazón de las tinieblas.  Me lo pasé como una enana con ellos.  Ya que este año estaré lejos del Mediterráneo, he decidido que sean papá y mamá Lobo, Mowgli y el fiero Shere Kan los que me trasporten a otros mundos. Junto a mi equipaje, ya reposa Kipling y “El libro de las tierras vírgenes”. Estoy emocionada y segura de que me estremecerá mucho más que esa best seller erótico festivo que ha abducido a buena parte de las mujeres este verano. Los clásicos, aunque no pongan cachonda, nunca defraudan. 


Publicado en Las Provincias  el 7 de septiembre de 2012




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