miércoles, 2 de noviembre de 2016

EL DISFRAZ DE HALLOWEEN



A los de mi generación la moda de celebrar Halloween nos pilló ya algo mayores. No participamos de la fiebre juvenil de disfrazarnos de zombis porque en general preferimos estar en casa viendo el último capítulo de Black Mirror (más escalofriante, por cierto, que el más aterrador de los aquelarres). Algún año he salido a dar una vuelta y es impresionante lo que ha logrado congregar la festividad yanqui. Pocas veces he visto tanta gente con ganas de jarana en las calles y tal derroche de ingenio en atuendos y decoración. No demonizo la apropiación de esta fiesta, importada (por si alguien lo ignora) por las grandes empresas con un sentido meramente mercantilista. Cualquier excusa es buena para ponerse una máscara, aullar a la luna y morder cuellos ajenos. Pero este año, por primera vez, recae sobre mí una responsabilidad que hubiese preferido eludir. La de disfrazar a mi niño en la guardería.


Desde que lo supe, buceaba nerviosa en Internet en busca de ideas de disfraces caseros. Debía ser cómodo para él, original, barato y era indispensable poder hacerlo yo con mis propias manos, pensaba con esa absurda autoexigencia que acarreamos las madres. Sumida en una inmensa ingenuidad, no calculé que la tarde de antes de la fiesta, es decir, ayer, tendría que priorizar si hacer un disfraz o poner una lavadora (y así tener ropa interior limpia para el día siguiente), si coser una capa o llenar la nevera con algo que no fueran cervezas y yogures caducados, si buscar pinturas de cara o entregar varios artículos. Así que me fui a una conocida tienda de juguetes y le compré a mi hijo una capa de murciélago made in China por 11,95 con la que va ir a la mar de guapo. Los remordimientos me los dejé allí mismo y con todo el tiempo ahorrado, pasé una deliciosa tarde con él. 

Publicado en Las Provincias el 28/11/2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario