viernes, 18 de noviembre de 2016

APOLOGÍA DEL PEDALEO


Piensen en su primera bicicleta de niños. Recuerden el anhelo que sentían cuando todavía no se la habían regalado; la agitación al descubrirla la mañana de Reyes o en su fiesta de cumpleaños; la emoción de montarse, empuñar el manillar y pedalear, creyéndonos indestructibles, junto a los amigos. Esa sensación, enterrada bajo mil capas en la vida adulta, era única. La bici, con 5 o 6 años, adquiría la misma importancia en el microcosmos infantil que tus padres, tu colegio o tu mejor amigo. Te paseabas en ella orgullosa como si de un purasangre se tratara. No era solo un juguete. Aprender a mantener el equilibrio, una vez eliminados los ruedines, suponía un chute de autoconfianza, una palmada en la espalda por parte de la pandilla, un paso iniciático hacia otra fase de tu vida. Una vida sin ruedines. Pero crecemos y al tiempo que arrinconamos la ilusión y la inocencia, olvidamos lo importante que ha sido la bici para nosotros. La relegamos al trastero y la sustituimos por un frío y aburrido motor que se encarga de propulsarnos a partir de entonces.

Pero siempre se está a tiempo de recuperarla. Lo bueno de la bici es que no importa la edad que tengas o el tiempo que haga que no te subes a una, en cuestión de minutos recobras el impulso y la confianza del pasado. Tenemos una ciudad y un clima que han sido diseñados para ir en bici. Si no la aprovechamos es que estamos locos. Falta aún mucha educación, además de carriles por donde vayamos tranquilos, sitios para aparcarlas y respeto por parte de conductores y peatones, pero aun así moverse por Valencia en bici me parece un privilegio. Ir en bici no solo es sano, ecológico y barato, además te ahorra un montón de tiempo y muchos dolores de cabeza. Con cada pedaleo, uno está un poco más cerca de la felicidad.

Publicado en Las Provincias el 16/11/2016

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