Me da
igual no pertenecer a una superpotencia ni formar parte del G-8. Prefiero la
alegría que nos caracteriza a la seriedad existencial que profesan en otras
latitudes. Me gusta vivir en un país en el que se duerme poco y se trasnocha
mucho, donde siempre hay un bar abierto para tomarse la última y alguien
dispuesto a acompañarte. Me quedo con la cercanía que nos identifica antes que
con la sobria frialdad de otras nacionalidades. Sin embargo, cuando veo ese
optimismo impostado tipo happy flower que destila el anuncio de una empresa de
chorizos al ritmo de la versión castiza de ‘My way’ apelando a lo más básico y
emocional de nuestra idiosincrasia, no puedo evitar que me invada un
sentimiento de irritación. Quizás todas esas cosas de las que habla el spot nos
han llevado hasta donde estamos, a esa España de charanga y pandereta, que
decía Machado.
Yo
quiero vivir un país donde no baste la palabra de un policía para multarme
cuando me manifieste porque unos señores están cercenando mis derechos. Quiero
pasear por la calle con la tranquilidad de saber que ningún vigilante podrá
cachearme y detenerme porque le parezco sospechosa. No tolero que ninguna ley
se inmiscuya en la decisión de una mujer a decidir sobre su embarazo. Deseo una
patria libre de amiguismos y clientelismos, donde los responsables de
jugar con nuestros ahorros devuelvan lo que robaron y paguen su pena; en la que
los políticos recuperen la cordura, renuncien a los beneficios de los que no
son merecedores solo por tener un escaño y donde los casos de corrupción no
abran a diario los informativos. Y desde luego, no quiero vivir en una España
en la que una familia entera se muera por comer alimentos de la basura. Solo
entonces volveré a sentirme orgullosa de haber nacido aquí.
Publicado en Las Provincias el 20/12/2013
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