viernes, 26 de abril de 2013

CAFÉ CON SORPRESA


Fue una de las mejores compañeras con las que compartí horas de esfuerzo, insomnio y nervios en una de las primeras empresas en la que trabajé.  Una profesional competente, que no se amilanaba ante ningún reto y que durante una temporada coordinó el equipo en el que me encontraba. Se notaba que venía de familia bien. Modales exquisitos labrados en un entorno en el que la educación es lo primero y modelados en un colegio religioso donde solo admitían chicas. El jefe supremo que teníamos por encima tomó la decisión de despedirla, simplemente porque sospechaba que le podía hacer sombra y ocupar su puesto en un futuro. Ella, por causas que no vienen al caso, supo un par de meses antes de que se ejecutara el despido, que se iba a la calle. No nos lo contó a ninguno de sus compañeros cercanos y aguantó estoica poniéndole buena cara al energúmeno que teníamos dirigiendo el departamento.
Hace unas semanas, quedamos algunos de los ex currantes a cenar, y como es habitual, salió a colación el tema de lo inepto que era nuestro jefe de entonces. Mi compañera y amiga nos confesó con total naturalidad que durante esos meses en los que ya conocía su destino le preguntó varias veces al incompetente del jefe si quería un café de la máquina y le aliñó el vaso con un discreto escupitajo que camuflaba removiéndolo con la cucharilla. El regocijo que sentimos los allí presentes imaginándolo beber del brebaje compensó todos los ratos malos que nos hizo pasar. Así que ya saben, nunca le pidan café a sus subalternos, sobre todo si la relación con ellos no es del todo la deseada. Yo por si acaso, desde ese día y a pesar de no tener personas a mi cargo, ya no dejo que nadie me lo prepare. La maldad, aunque justificada, puedes ocultarse detrás de la apariencia más inocente. 
Publicado en Las Provincias el 26/04/2013

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