viernes, 8 de enero de 2016

LA CASA



Los que nacimos y fuimos criados en la ciudad, cuando llegaba el viernes, teníamos envidia de nuestros compañeros que se iban al pueblo. El pueblo, visto por un niño de siete años que carecía de uno, era el súmmum de la diversión. Se podía jugar en la calle sin miedo a los coches, las casas eran enormes, había animales y estaba lleno de primos, tíos y abuelos que te sobrealimentaban. Yo nunca tuve pueblo, pero sí tuve una casa y en ella pasé los mejores veranos de mi vida cazando insectos y explorando una playa insalubre junto a mi hermano y mi primo. El chalet, la caseta, el apartamento, el huerto, la finca… Daba igual los metros que tuviese, el estado del inmueble, si se erigía sobre un entorno de ensueño o sobre un paraje mediocre. Lo importante era escapar allí los fines de semana con la familia y correr, gritar, y jugar.

La Casa’, el último y estupendo trabajo de Paco Roca, habla de ese lugar que con tanto esfuerzo levantaron nuestros padres o abuelos y que actúa como aglutinador de la familia. El dibujante rinde homenaje a su padre y lo hace a través de los recuerdos que guarda esa segunda residencia. Termino el cómic, con la piel de gallina, emocionada ante una historia que podría ser la mía. A los pocos días de acabar el libro, me cuentan que la casa en la que pasé tan buenos momentos, ahora en total estado de abandono, se ha vendido. Hace más de 25 años que no la piso, pero me acuerdo con exactitud de sus dormitorios, de los árboles del jardín, de los tres escalones que daban acceso a la playa. Me acuerdo sobre todo de mi padre y de mi abuela, que allí eran felices. No me apena que otros se queden con nuestra casa, al fin y al cabo, no son más que cuatro paredes. Lo esencial es todo lo que encierran y eso, afortunadamente, lo llevo puesto.

Publicado en Las Provincias el 08/01/2016

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