viernes, 11 de julio de 2014

EL VAGÓN DEL SILENCIO



Las conversaciones ajenas de los desconocidos me importan un pito. En alguna ocasión consigues captar retazos de algún diálogo interesante, pero no es lo habitual. Soy incapaz de concentrarme en lo que estoy haciendo cuando escucho hablar en un tono elevado a los extraños que me rodean. Ese exhibicionismo, cada vez más manifiesto, de airear las conversaciones sin importar quien esté al lado, se ha incrementado desde que el teléfono móvil colonizase nuestras vidas. Hoy pocos espacios públicos escapan al griterío, la cháchara o el bullicio. Por eso recibo como una gran noticia el anuncio de Renfe de reservar un vagón silencioso para todos aquellos viajeros que durante el trayecto opten por descansar o trabajar. En estos vagones no se podrán utilizar móviles, habrá que hablar bajito, reducirán la intensidad de las luces y lo mejor, no podrán acceder menores de 14 años. ¡Bien!


He estado año y medio cogiendo el AVE con frecuencia. Cuando el viernes por la tarde me sentaba en el asiento con el cerebro frito y las energías al mínimo tras una dura semana, imploraba a los dioses que no me tocase cerca un grupo, pareja o individuo que me impidiesen pasar el trayecto en paz. Por regla general, no tenía suerte. Durante los trescientos y pico kilómetros que separaban mi destino he sufrido el jolgorio de varias despedidas de solteras, he escuchado una disertación acerca de las diferentes clases de naranjas que hay en el mercado, he asistido a peleas domésticas de matrimonios maduros y he participado de la bronca que una señora le echaba por teléfono al fontanero. Si se cumple lo que dicen, la puesta en marcha de este sosegado vagón mejorará sustancialmente mi estado mental previo al fin de semana, al tiempo que recupero el placer del viaje. 

Publicado en Las Provincias el 11/07/2014

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